Está más que demostrado que el Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP) amplía los conocimientos de los alumnos y desarrolla sus habilidades para hacer de ellos personas más competentes. Pero para que esto pueda suceder, es necesario una reflexión muy profunda, que ayude a definir “qué” queremos enseñar, “para qué” lo vamos a enseñar y, sobre todo, “cómo” lo vamos a enseñar.
En nuestro caso, la visión que nos proporciona el denominado Marco de la Enseñanza para la Comprensión (EpC), desarrollado por dos de las colaboradoras del “Project Zero” de la universidad de Harvard, María Ximena Barrera y Patricia León, está resultando ser una guía en el diseño y enfoque de nuestro cambio metodológico.
El alumno como protagonista de su aprendizaje
En nuestra ikastola teníamos claro que el cambio de paradigma que se está dando en diferentes ámbitos de la sociedad, tenía que ser también un punto de inflexión para el mundo de la educación, y por ello venimos dando pasos en este sentido. Está claro que los alumnos de hoy en día no necesitarán una infinidad de información en su memoria, sino que lo que realmente se valorará y les hará ser competentes, será la capacidad de resolver problemas, ser creativos, innovar, tomar decisiones, trabajar en equipo, y un largo etcétera que poco tienen que ver con saber datos, fechas y otros contenidos vacíos de significado para ellos.
Evidentemente, este tipo de habilidades, no se desarrollan con los métodos que hasta ahora se han venido utilizando, y por ello es necesario un cambio en las aulas, un cambio en el que el alumno sea el protagonista de su aprendizaje, y donde el maestro haga de guía y se preocupe de cómo aprende el alumno, en vez de cómo enseñar mejor.
¿Qué queremos enseñar?
Antes he mencionado tres preguntas clave y me gustaría ir desgranándolas. Por un lado hablamos del “qué”, que es lo que realmente queremos que nuestros alumnos comprendan. Los docentes debemos seleccionar muy bien los contenidos a la hora de diseñar un proyecto o tópico generativo. Deben ser contenidos abarcadores, motivadores y que provoquen conexiones con anteriores aprendizajes y sobretodo relacionados con situaciones de la vida de los alumnos, algo cercano.
Es evidente que seleccionar bien los contenidos a trabajar es clave, pero no tendría demasiado sentido trabajar los contenidos si no sabemos que es lo que realmente queremos que los alumnos desarrollen, qué competencias (aprender a aprender, sentido de la iniciativa, comunicación en diferentes lenguas, matemática y científica, expresión cultural,…) o qué habilidades de pensamiento queremos que consigan a través de esos contenidos.
¿Cómo lo queremos enseñar?
Llegados a este punto, muchos nos haríamos la siguiente pregunta: ¿y esto cómo lo hago yo en mi clase? El “cómo” es la parte en la que los alumnos deben poner en práctica todo lo que anteriormente hemos venido diseñando. Hasta ahora se vienen realizando actividades que solo medían contenido, pero a través de los desempeños (actividades que conllevan pensamiento), se consigue proponer escenarios en los que los alumnos son quienes tienen que pensar y poner en práctica sus conocimientos en contextos diferentes para ir avanzando en su proceso de aprendizaje.
Cuando hablamos de desarrollar habilidades de pensamiento, también nos puede invadir una duda, ¿cómo puedo saber yo como docente lo que está pensando mi alumno y si está adquiriendo las habilidades de pensamiento que me he propuesto trabajar? Aquí sería donde las teorías y herramientas del “Visible Thinking” lideradas por David Perkins y el ‘Proyecto Zero’ de la universidad de Harvard cobran su verdadero sentido.
Las rutinas y destrezas de pensamiento son desempeños que junto a las fuerzas culturales desarrolladas por Ron Ritcchart, deben darse en el aula y en las organizaciones, ya que generan una cultura de pensamiento. De esta manera se logra que el pensamiento se haga visible y por lo tanto, contribuye a que los estudiantes sean conscientes de sus pensamientos (metacognición) y a su vez, se convierte una herramienta para que los profesores puedan valorar los avances en las habilidades desarrolladas por sus alumnos.
Y no solo eso, a la hora de diseñar los desempeños, sería ideal poder hacerlo teniendo en cuenta las Inteligencias múltiples (H. Gardner) y garantizarnos así, que la información que queremos, llegue por diferentes canales a los alumnos, fomentando sus inteligencias más fuertes y colaborando a desarrollar las más débiles.
La evaluación
Por último y refiriéndonos a la evaluación, ya desde el propio término utilizado se pueden matizar alguna diferencias. Una evaluación consiste en juzgar algo y calificarlo, la valoración, por el contrario, valora algo y ofrece retroalimentación y propuestas de mejora, para que el propio estudiante establezca planes de mejora y de esta manera, sea consciente de los aspectos en los que debe mejorar y en definitiva, hacer realidad esa frase tan utilizada que recalca que el alumno debe ser el protagonista de su propio aprendizaje.
En este proceso, herramientas como rúbricas para la autovaloración, escaleras de retroalimentación (alumno-alumno o maestro- alumno) o escalera de metacognición (habilidades de pensamiento), nos resultan muy útiles, ya que los alumnos tienen visible los objetivos y comprensiones a conseguir y pueden contrastar sus logros y establecer planes de mejora.
En definitiva, al trabajar por proyectos o tópicos, se consigue llegar al alumno desde la manera que él aprende y no tanto desde la manera que nosotros enseñamos. También, nos dan la oportunidad de ofrecerles los contenidos necesarios a través de algo motivador, participativo, que fomenta el trabajo en equipo y la creatividad y que además, ofrece espacios para la reflexión personal, ayudándoles así a crecer como estudiante y sobretodo, como personas.
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